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Sobre la guerra económica de Trump y el resto del mundo

Washington presiona a sus socios comerciales en una interminable confrontación no convencional

La estrategia negociadora de Donald Trump no respeta alianzas, ni aliados, ni preocupación alguna por la estabilidad de la economía mundial, sólo consiste en someter a sus interlocutores a una presión continua, aunque confusa, con el objetivo de que reduzcan voluntariamente las exportaciones en esas negociaciones fantasmagóricas que se cierran y se abren al compás de las amenazas de Washington, su modus operandi, de bullying diplomático, chantajista y coercitivo está al servicio de intereses proteccionistas de la economía estadounidense, que se identifican en buena parte con el aislacionismo internacional.

Desde la decisión de Trump de iniciar una guerra comerciale contra los cinco socios comerciales más cercanos de los Estados Unidos ha dado respuestas depresivamente predecibles, China, Canadá, México y la Unión Europea han respondido recíprocamente con aranceles a los productos estadounidenses y una de las economías más grande del mundo, ha estado inquieta, pero ha podido manejar muchas de las respuestas, que son un pinchazo en su gigante y desmesurada cabeza, más, sin embargo, la base política de Trump es vulnerable, y el cuarteto de represalias respondió con acciones diseñadas para dañar a las comunidades que votaron por el presidente él.

Esta respuesta completamente previsible confirma que el comercio es algo que le interesa mucho pero también del que sabe muy poco, Trump ha amenazado estar en disposición de entablar una guerra comercial global contra China, pero los asiáticos manejan el mercado para hacerlo competitivo y generar exportaciones, sin que las acciones arancelarias los afecten del todo.

No ayuda que el señor Trump sea un narcisista sin tiempo para las sutilezas de la diplomacia global, se reunió con Jean-Claude Juncker, el presidente de la comisión europea, para conversar, pero manifestando que se trata de un «enemigo» debido a su superávit comercial de 101 mil millones de dólares que la UE, posee con los Estados Unidos, una solución sensata para Washington es una que vetó cuando John Maynard Keynes propuso en 1944, los países con superávits deberían gastar su dinero extra en los países con déficit, lo que aumentaría tanto el gasto privado como la capacidad de exportación.

Es irónico que Trump esté intentando algo similar mediante el bullying más que a través de lo que podrían haber logrado los acuerdos multilaterales, pero el presidente está feliz de estar balanceando una bola de demolición en el sistema de comercio mundial, pero esta ha sido balanceada antes.

Guerra de Trump.
La balanza es deficitaria para los estadounidenses, con 375.000 millones de dólares en 2017, un monto récord que Trump busca reducir en 200.000 millones para 2020, año en el que intentará ser reelegido como presidente.

Trump alega estar ganando la creciente guerra comercial

Norteamérica, ha estado peleándose con socios que han tenido superávits durante décadas, todos los líderes estadounidenses entienden que las naciones extranjeras tienen mucho que perder a causa de las sanciones, impuestas por Washington, que limitan el acceso al enorme mercado estadounidense.

Debido a que las sanciones se determinan unilateralmente, los países pueden hacer poco para resistir la afirmación de que han engañado en los mercados estadounidenses, esta tendencia se ha acelerado desde la década de 1990, cuando tanto los republicanos como los demócratas aceptaron la expansión de la riqueza a través del comercio, vendieron falsas afirmaciones sobre la inevitabilidad de la globalización y sobre los beneficios de la liberalización del comercio.

No fue aceptado hasta que fue demasiado tarde que no todos ganaron, y estos logros se concentran injustamente, pero esto debería haber sido obvio, pues los perdedores de la globalización deberían ser compensados ​​por los ganadores, más, sin embargo, no lo fueron.

Trump asegura que no hace esto por una cuestión política, “lo hago porque creo que es lo correcto para nuestro país”, añade, pero el presidente insiste que China está “haciendo una fortuna con EE.UU.”, y también cita a otros socios comerciales con los que tiene un déficit, como Japón, México y a la Unión Europea, pero los aliados están activando, por su parte, medidas de represalias dirigidas a donde más duele a los republicanos con vistas a las próximas legislativas.

La polarización resultante ha sido asombrosa, pues el ingreso del 1% más alto, ahora es 26 veces más alto que el promedio del 99% inferior, si los librecambistas hubieran querido suavizar el golpe a las comunidades de la clase trabajadora estadounidense, deberían haber respaldado las medidas que condujeron al pleno empleo, impulsaron a los sindicatos y aumentaron el salario mínimo.

Tal activismo fiscal podría haber construido un electorado político a favor de la expansión de patrones justos de comercio, donde habrían prevalecido altos estándares laborales y protecciones ambientales, Trump tiene una perspectiva diferente sobre cómo manejar las consecuencias de la globalización. Ha usado el «proteccionismo» para implicar que solo salvaguardará los medios de subsistencia de los estadounidenses mediante una guerra comercial en su nombre.

Él ha canalizado audazmente la ira que sienten los descontentos de la globalización para servir a una agenda en línea con los intereses de la élite, los recortes de impuestos de Trump costarán casi 2 mil millones de dólares en ingresos durante una década y casi todos los beneficios fluyen a personas y empresas adineradas, es una economía de goteo, no hay nada que sugiera que habrá más empleos y mejores salarios para los trabajadores comunes.

La globalización en su última encarnación ha resultado ser un proyecto al servicio de las grandes potencias que benefició en gran medida a las secciones más ricas y mejor educadas, pues esta clase beneficiaria apoyó los mercados de las naciones pobres forzados a abrirse a los bienes y servicios del mundo rico y las tasas impositivas corporativas reducidas atraerán capital libre.

No veían ninguna incoherencia cuando los agricultores estaban protegidos en sus casas, mientras que las leyes de derechos de propiedad intelectual eran forzadas a las naciones industrializadas, pero Trump ha reformulado la hipocresía de otra manera, al igual que sus predecesores, no tiene una respuesta práctica a los efectos adversos de la globalización comercial, Trump ofrece una solución de 1920 para un problema del siglo XXI.

Hace un siglo, esto terminó con la gran depresión, pero Donald Trump no está molesto, ni se preocupa por los eventos pasados, aunque él podría estar condenado a repetirlos.

Fuente
Cronista

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