¿Las consolas son para los ricos o para los nostálgicos? El dilema del videojuego moderno

La industria de los videojuegos atraviesa una transformación silenciosa pero profunda. Según un estudio reciente de Circana, los jóvenes entre 18 y 24 años apenas representan el 3 % de las compras de consolas en Estados Unidos, una caída significativa frente al 10 % registrado en 2022. Mientras tanto, los juegos móviles y de PC siguen creciendo, impulsados por una base de usuarios más diversa y accesible.
Este cambio revela una tendencia preocupante: las consolas se están convirtiendo en productos exclusivos. El mismo estudio indica que el 43 % de las compras provienen de hogares con ingresos superiores a los 100.000 dólares anuales. En otras palabras, el acceso a las consolas y sus servicios empieza a depender del poder adquisitivo.
Los precios no ayudan. La Nintendo Switch 2 ha generado controversia por títulos que alcanzan los 90 euros. Microsoft, por su parte, ha duplicado el costo mensual de Game Pass Ultimate, pasando de 14,99 € a 26,99 €. La reacción fue inmediata. Laura Fryer, cofundadora de Xbox, calificó la medida como “una traición” y “un ejemplo de avaricia”. Las empresas justifican los aumentos por el alza en los costos de producción y mantenimiento, pero los usuarios perciben una desconexión cada vez mayor entre las compañías y su comunidad.
Durante años se argumentó que los videojuegos ofrecían una excelente relación entre precio y horas de entretenimiento. Sin embargo, esa lógica empieza a tambalearse. En un contexto donde asistir a un partido de fútbol cuesta en promedio 68,7 € y un musical puede superar los 100 €, los videojuegos ya no son necesariamente una opción más económica.
La crítica no se limita al precio. Fryer, en un video difundido en redes sociales, cuestiona el rumbo de la industria: “Han perdido su identidad. Viven en una burbuja alejada de los jugadores”. Esta desconexión se refleja en decisiones corporativas que priorizan modelos de negocio sobre la experiencia del usuario.
El problema parece estructural. Las compañías operan bajo estrategias financieras que no siempre consideran las dinámicas sociales del videojuego. Mientras tanto, los jugadores enfrentan barreras económicas para acceder a consolas y servicios que antes eran más inclusivos.
La pregunta ya no es si los videojuegos son caros, sino para quién están pensados. ¿Se han convertido las consolas en artículos de lujo? ¿O simplemente han dejado de ser relevantes para las nuevas generaciones?
La industria necesita reencontrarse con sus usuarios. Y para lograrlo, debe salir de esa burbuja corporativa y volver a escuchar a quienes hicieron del videojuego una cultura global.