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Los 9 magníficos, Ramón Bedoya (VIII)

Un campesino colombiano de 18 años, se convierte en defensor de la flora endémica en contra de la palma aceitera

Ramón Bedoya dice que su padre, fue un activista de la tierra, y fue asesinado por paramilitares locales en alianza con los agronegocios y los narcotraficantes que llenan el vacío dejado por los rebeldes de las fuerzas armadas revolucionarias cacionales de Colombia, FARC.

EL 4×4 a prueba de balas atraviesa la campiña del oeste de Colombia con dos guardaespaldas armados, el reggaetón explota desde los altavoces, los platanales pasan volando por las ventanas reforzadas, que protegen a un pasajero, un campesino de 18 años de edad, amenazado y desconsolado, mientras este explica porque la serie Narcos de Netflix es pura basura, en ella dice, «se glorifica a los asesinos, Narcotraficantes y paramilitares. Este es el tipo de personas que asesinaron a mi padre».

El joven habla con una madurez muy superior a su edad, tal vez porque se ha visto obligado a crecer rápidamente en los siete meses desde que su padre, líder de la oposición a las plantaciones de aceite de palma, fue asesinado por una pandilla vinculada a la agroindustria y los narcotraficantes.

Hernán Bedoya recibió 15 disparos el 5 de diciembre mientras cabalgaba rumbo al veterinario entre Pedegüita y Mancilla, en el territorio del Chocó, en Colombia, era pleno día cuando los dos pistoleros llegaron en motocicleta y llevaron a cabo el ataque, pero ningún testigo se atrevió a avanzar, y su muerte es una de las más prominentes en una ola de asesinatos de activistas por los derechos a la tierra, defensores ambientales, activistas de derechos humanos, periodistas y abogados que siguieron el acuerdo de paz de 2016 entre el gobierno colombiano y los rebeldes de las FARC.

Ese acuerdo fue noticia en todo el mundo al poner fin a la guerra civil más larga del mundo, que mató a 220 mil personas en más de medio siglo, pero a su paso, los grupos paramilitares se han apresurado a llenar el vacío de poder en el antiguo territorio controlado por los beligerantes, esto elevó la cifra de muertos de los defensores de la tierra en Colombia el año pasado a 32, lo que la convierte en la tercera nación más mortal del mundo, en el Chocó, la región de más homicidios de la nación, estas pandillas proporcionan el músculo para que las grandes industrias extractivas hagan caso omiso de los derechos sobre la tierra y el medio ambiente.

Ramón Bedoya.
Ramón Bedoya, “Quiero continuar con esto, mi padre me crio para cuidar la naturaleza, los dos plantamos estos árboles juntos”.

Ramón Bedoya, se encuentra en franca lucha contra el agronegocio de la palma aceitera

Bedoya, que se viste con el estilo típico de una adolescente colombiana con jeans, zapatillas de deporte y una camiseta de fútbol, ​​ha crecido a la sombra de esta lucha y un viaje a la finca familiar muestra por qué su padre era un objetivo y por qué ahora necesita guardaespaldas, pues fuera del automóvil reforzado, el camino está muy expuesto, flanquea una plantación de plátanos, cruza un tablón de madera sobre una zanja fangosa, y pasa por una zona de monte bajo antes de llegar a una pequeña valla y una señal que declara “Mi Tierra, zona de la biodiversidad para la defensa de la vida y el territorio. Área de protección, conservación y recuperación de los ecosistemas nativos, los derechos y la comida”, una gran cantidad de logotipos de patrocinadores internacionales están estampados en la parte inferior: Christian Aid, Caritas Canadá, InspirAction, Mundubat, Agencia Vasca.

«Creo que los empresarios locales odiaban eso porque demostraba que teníamos apoyo externo», dice el joven, él y su padre limpiaron la mitad de la tierra para el cultivo de alimentos de subsistencia: maíz, mandioca, mango y papaya, pero dejaron el resto como bosque salvaje, también recolectaron y sembraron semillas de plantas nativas raras como el roble blanco y el roble negro, que es único en el mundo, un gran contraste con las plantaciones de monocultivo de plátano y palma africana que rodeaban la finca, «este es un último aguante», en todos los demás lugares se ha despejado», dice Ramón, «quiero continuar con esto. Mi padre me crio para cuidar la naturaleza. Plantamos estos árboles juntos».

Bedoya, teme que las mismas personas que mataron a su padre intenten matarlo a él, se ha proporcionado dos guardaespaldas bajo un programa de protección del gobierno federal, pero todavía hay amenazas, por lo que él, su hermano y su madre tuvieron que evacuar una noche después de los avisos de un ataque inminente, la familia dice que la abuela de Hernán compró la parcela en 1992, pero fueron expulsados ​​cuatro años después por los paramilitares, la tierra fue tomada por el empresario Juan Guillermo Gonzáles Moreno, propietario de una compañía de aceite de palma y fruta llamada Cultivos Recife, la familia regresó en 2003 y fue desalojada nuevamente en 2008 y regresó una vez más en 2013.

Un año antes de su muerte, Hernán advirtió que las compañías de aceite de palma planeaban plantar otras 1 mil hectáreas, lo que sería imposible a menos que él y más de una docena de otros campesinos fueran desalojados, Ramón cree que la muerte de su padre fue ordenada por un político, que asegura la tierra para las empresas con el músculo contratado de las fuerzas de autodefensa Gaitanista de Colombia, AGC, este narco-ejército tiene sus raíces en los escuadrones de la muerte de los Pepes que atacaron el cártel de Medellín de Pablo Escobar a principios de los años noventa.

El AGC, dice ser el grupo neo paramilitar más grande del país con 8 mil miembros, además del contrabando de cocaína, su ex comandante Vicente Castaño fue un defensor del negocio del aceite de palma y utilizó sus fuerzas para expulsar a los campesinos de sus tierras a fines de la década de los 90.

Lo mismo parece estar sucediendo nuevamente y en particular en el Chocó, este departamento montañoso y boscoso del oeste, que alberga apenas el 1% de la población de Colombia, ha visto el 57% de los desplazamientos forzados desde el acuerdo de paz, ya que más de 6 mil afrocolombianos e indígenas han sido expulsados ​​de sus granjas y a medida que las industrias extractivas entran, los que se resisten se convierten en objetivos, diez días antes de matar a Hernán, se alega que la AGC asesinó a Mario Castaño, quien dirigía una campaña contra el proyecto minero AngloGold Ashanti en la cercana Larga Tumaradó, en Urabá.

Ramón Bedoya.
El campesino colombiano se encuentra en una disputa contra plantaciones de aceite de palma y continúa luchando contra el desalojo de su familia, amenazado por el dueño de una compañía de aceite de palma.

La policía hace poco para detener esto, pues los que no son corruptos son demasiado débiles para contrarrestar a los paramilitares y lo máximo que hace el gobierno federal es proporcionar chalecos antibalas, teléfonos móviles y, en casos extremos, guardaespaldas, Ramón Bedoya no se intimida, planea estudiar derecho, convertirse en activista de derechos y darse cuenta de la ambición de su padre de restaurar el bosque y construir una «gran finca » con árboles y vacas.

La clave que él dice es el apoyo y la comprensión del mundo exterior, las ONG ambientales, la ONU y los consumidores, «la gente usaría menos aceite de palma si pudiera ver el daño que está causando en la vida de las personas y el medio ambiente, las compañías toman nuestras tierras y no nos devuelven nada», las probabilidades están en contra del joven de 18 años, pero él es el hijo de su padre.

«Quiero terminar lo que mi padre comenzó», dice mientras retoma el camino hacia las plantaciones, «nosotros los campesinos podemos ganar. Somos muchos y estamos listos para luchar por nuestros derechos. Es nuestra tierra y no vamos a renunciar a ella».

Fuente
CNN

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