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¡A trabajar! lloramos mientras lo hacemos

Migrantes venezolanos en Texas se ponen a trabajar en un negocio propio, después del horror de los asesinatos masivos

El grupo de sobrevivientes que se pone a trabajar habla de la determinación para cumplir el sueño americano. Poco después de que compatriotas fueron asesinados cuando el conductor de SUV los arroyó en una parada de autobús.

Después de un trágico comienzo de semana y una noche de tormentas eléctricas. El grupo de migrantes en el sur de Texas se despertó recién, decidido a trabajar y así cumplir su sueño americano.

Equipados con agua jabonosa, baldes, trapos y mucho alcohol, unos 30 venezolanos se ponen a trabajar desde el martes. Operando un servicio de lavado de autos basado en donaciones en una gasolinera justo al lado de la frontera que divide Brownsville, Texas, de Matamoros, México.

Su objetivo, afirman, era ganar suficiente dinero para alquilar un autobús para 65 personas que pudiera llevarlos a San Antonio. La ciudad más grande a 275 millas al norte donde puedan trabajar.

«No estamos tratando de hacernos ricos. Solo estamos tratando de llegar a nuestra próxima parada», afirmó Ángel Chacón, de 31 años. Mientras, sostenía un letrero escrito a mano en una tarjeta verde de neón, que decía «Donation Wash» para atraer a los conductores que pasaban.

Dos días antes su visa cambió. Cuando, un local en un SUV se desvió hacia un grupo de migrantes venezolanos que esperaban en una parada de autobús frente a un centro de refugio. El vehículo golpeó a 18 personas, matando a ocho e hiriendo gravemente a 10.

Trabajar, después de la tragedia.
Dolientes rezan durante una vigilia conmemorativa un día después de que ocho fueron asesinados.

«Es hermoso verlos unidos, colaborando y listos para trabajar, después de este fin de semana terrible»

Varios testigos afirmaron a los medios que «gritó insultos contra los inmigrantes». El hombre está bajo custodia, acusado de homicidio involuntario, y la investigación policial continúa mientras la comunidad llora.

Hace dos meses, Chacón había salido de Cumaná, Venezuela, el país atrapado en una crisis política y económica que llevó a más de 7 millones de sus ciudadanos a huir desde 2015. Dejó atrás a su hija de siete años, Nicole, al cuidado de su madre. «Había demasiada violencia, y a veces ni siquiera podía encontrar comida para ella», comentó Chacón.

Estaba trabajando a tiempo completo en un mercado en Cumaná, vendiendo frutas y verduras, le dijo a The Guardian el martes, cuando decidió que la única forma de continuar manteniendo a su hija, su hermana y su madre, era emigrar a los Estados Unidos. «Estaba luchando para comprar útiles escolares, libros y uniformes para mi hija».

Después de la oposición inicial de su familia, se embarcó en su viaje de inmigración con su hija siempre en mente. Hablaban por teléfono todos los días, dijo, al menos hasta que llegara al Tapón del Darién. Caminando en la espesura de la selva, él y el grupo con el que estaba fueron robados a punta de pistola, y perdió sus pertenencias.

«Fue frustrante, pero si eso significa que puedo darle un futuro mejor, arriesgaría mi vida nuevamente», afirmó. Chacón no pudo hablar con su hija en una semana. Pero, a veces le pide prestados teléfonos para enviarle mensajes de texto y hacerle saber que está bien. Aunque la extraña, está seguro de que no la volverá a ver hasta que le sea posible llevarla a los EEUU.

«No quiero que ella soporte el viaje que tuve que soportar», explicó Chacón. En la pequeña gasolinera Valero en una esquina de Brownsville, hubo un desafío en la energía optimista para trabajar. Justo enfrente de una terminal de autobuses donde muchos migrantes se congregan diariamente.

Algunos cantaron y bailaron mientras trabajaban juntos para limpiar una variedad de autos y camiones que aparecieron. «Todo es gracias al dueño, tenemos suerte de haber tocado su corazón», indicó Eli José González, de 24 años, de Maracaibo, Venezuela.

Dejó su país hace dos años y está tratando de llegar a Nueva Jersey para demostrarse a sí mismo que es digno de un futuro mejor. Aarón Beltrán, de 30 años, nativo de Brownsville, es el hombre detrás del negocio de las gasolineras.

Contó cómo el lunes por la noche, la noche después del terrible accidente, sintió la necesidad de ayudar. A la mañana siguiente, compró parafernalia y corrió la voz a través de las redes sociales. «No fue idea mía, honestamente creo que fue Dios», señaló Beltrán. «No me quedaré con un centavo, todo va a pagar por su agua, comida y transporte».

Beltrán espera que este lavado de autos no sea el último. Brownsville, al igual que otras ciudades a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Espera que lleguen muchos más migrantes después de que se levante la regla del Título 42 mañana por la noche.

«Hemos perdido la cuenta, hemos lavado demasiados autos», explicó Naudys Rivero, de 29 años, del estado de Lara, Venezuela. Animado pero exhausto mientras se sentaba y se quitaba los zapatos después de que se empaparon mientras lavaban autos.

A través de
LaRepublicaIMFCarabobo

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